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Una
de las interrogantes que los cristianos deberíamos plantearnos es cómo
equilibrar la proclamación del Evangelio con la demostración del Evangelio.
La proclamación del
Evangelio no es otra cosa que proclamar el Evangelio con claridad. La gente
escucha la verdad de la salvación por medio de Jesucristo y tiene la
oportunidad de responder por gracia mediante la fe.
La demostración del
Evangelio es servir a otros en el nombre de Cristo. Es la manera como podemos
mostrar su amor actuando sobre lo que decimos que
creemos acerca de Cristo. La Biblia nos exhorta a ser sal y luz en este mundo
donde hay tanta necesidad.
La pregunta es: ¿Cómo se
puede equilibrar la proclamación del Evangelio y la demostración del Evangelio?
¿Cuál es la misión de la iglesia? ¿Decir la verdad, o mostrar la verdad? El
equilibrio de estos dos aspectos tan importantes para la misión suele ser más
difícil de lo que parece.
Como seres humanos,
tenemos la tendencia a inclinarnos en ciertas direcciones en la vida y el ministerio. Pero cuando no nos
equilibramos bien, terminamos haciendo más una cosa que la otra. En
términos más simples, muchos dejamos de predicar el Evangelio como antes y nos
volcamos a hacer buenas obras, sin darnos cuenta que vamos perdiendo el foco en
la proclamación del Evangelio.
Jesús vino a servir
En Lucas 04:18, Jesús
anuncia e inaugura su ministerio público. Él dice: “El Espíritu del Señor está
sobre mí”. Y él habla de su llamado a predicar buenas nuevas a los pobres, a
los cautivos, y a los oprimidos. A lo largo de las Escrituras, encontramos que
Dios constantemente nos está llamando a la preocupación por las viudas, los
huérfanos, los ciegos, los pobres, y otros que están marginados, o ignorados.
Es esencial, que los cristianos vivamos en la luz de Jesús que vino a servir a
los que sufren.
Jesús vino a salvar
El mismo Jesús, que
cumplió la profecía del Antiguo Testamento en Lucas 4: 18-19, también dijo en
Lucas 19:10, “He venido a buscar y salvar a los perdidos”. El Evangelio debe
ser predicado, porque Jesús vino a salvar y ¿cómo oirán sin haber quien les
predique? (Rom 10:14). Jesús enseñó que los dos mandamientos más importantes
eran amar a Dios con todas nuestras fuerzas (Mat. 22:37), y amar a nuestro
prójimo como a nosotros mismos (Matt 19:19). Esto es clave para mostrar y
compartir el amor de Jesús.
Jesús logró un equilibrio
En Hechos 10:38, Pedro
predica las buenas obras que Jesús hizo. Pero debemos tener presente que el
cristianismo no es sólo una religión de hacer el bien. Las buenas obras son el
resultado de nuestra salvación que fluyen de nuestra relación con Cristo, pero
eso no es lo que nos redime. Mientras se asegura la relación de ambos; el
anuncio de Cristo y la demostración de Cristo, están en el orden correcto.
Mateo señala la necesidad
tanto de proclamar y demostrar. “Entonces Jesús fue a todas las ciudades y
aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el Evangelio del reino,
y sanando toda enfermedad. Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas,
porque estaban cansados y
desgastados, como ovejas que no tienen pastor”(Mat. 9:35).
La
elección de uno u otro no es fiel a la misión
La proclamación y la
demostración del Evangelio deberíamos verlas como una mezcla contenida en la
vida cristiana: una fluye de la otra. La Escritura nos dice que su enseñanza
asombraba a la gente porque nunca habían escuchado a alguien hablar con tanta
autoridad. Luego, mientras caminaba alrededor, iba a ver gente en necesidad
física y espiritual de las mismas cosas que él predicaba.
Jesús fue, predicó, miró, se preocupó y
ministró
Jesús hizo el verdadero
reino en el mundo material. Él tuvo celo por las cosas de su Padre, y trabajó
en su interacción con, y el cuidado de la gente destrozada. Si vamos a unirnos
a Jesús en su misión, tenemos que ser apasionados en alcanzar a los perdidos
con el poder transformador del Evangelio. Y si vamos a ser como Jesús, la
compasión debe ser nuestra motivación para servir a las necesidades físicas de
las personas que decimos que amamos.
La mayoría de la gente
realmente tiene una actitud de “no me importa cuánto sabes hasta que no sepa
cuánto te preocupas”. No hay necesidad de elegir entre el anuncio y la
demostración. Decirle a la gente que tenemos un Salvador que los ama, si en
realidad no los amamos a ellos resulta totalmente incongruente.

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